lunes, 4 de febrero de 2008

LAS DIETAS MILAGROSAS

Conseguir una línea estética y un peso satisfactorios, obedece a una regla casi matemática: lo que ingerimos debe ser proporcional a lo que gastamos. La dietética moderna concede la misma importancia a la reducción de las calorías ingeridas y al aumento del ejercicio físico desempeñado.

Pretender rebajar el volumen y peso de nuestro cuerpo empleando sólo una de las dos partes de la ecuación es peligroso para la salud. Claro es que cada persona, en función de su estilo de vida y de sus propias características fisiológicas, precisa de una combinación concreta.

En cualquier caso, si podemos decir algo y es que cualquier método que asegure resultados sorprendentes en un no menos sorprendente corto espacio de tiempo, es motivo para cuanto menos sorprendernos a nosotros y cuanto más desconfiar de él. Lo mismo sucede con la ley del mínimo esfuerzo que desgraciadamente casi nunca es el camino adecuado.

Algunas dietas consiguen reducir peso rápidamente a base de perder líquido, o de reducir la ingesta de alguno de los principios activos fundamentales. La consecuencia de someternos a una de estas dietas es, a parte de todo, la pérdida inminente de la salud.

Más peligrosos resultan aún los fármacos. Aunque algunos de ellos tienen tan sólo un efecto placebo (engaño) y pueden ayudar a disminuir la ansiedad, es difícil distinguirlos de otros que atacan directamente a la hormona tiroidea, o que tienen efectos diuréticos, laxantes, etc... No debemos olvidar que en muchos de estos compuestos están presentes las anfetaminas y otras drogas cuyas consecuencias son gravísimas.

En general, ningún fármaco ha sido eficaz en el tratamiento de la obesidad. Los efectos son parciales o incluso perjudiciales, pudiendo llevarnos incluso hasta la muerte.

La mejor dieta no es la que asegura una pérdida de peso a corto plazo, si no la que logra un adelgazamiento pequeño y continuado.

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